Reflexiones desde el aislamiento y la lucha contra la locura.

De pequeño temía quedarme solo, en silencio y en la oscuridad. Desde mi puerta entreabierta veía venir jinetes montados en caballos negros que respiraban ruidosos de cansancio. Me metía al fondo de las frazadas y nunca me daba cuenta en qué momento me quedaba dormido.

Ahora me gusta la oscuridad, el silencio y la soledad. Habito cómodo en mi propio espacio metafísico. Es la única forma de escuchar una y otra vez mis pensamientos, editarlos y guardarlos.

Van diez días de encierro, con el beneficio de estar alejado del escándalo visual y sonoro del mundo, ese que no permite el discernimiento y hace actuar a la gente por imitación, sin convicción. El último día vi a las personas moverse con mucha prisa, agitados de incertidumbre y superstición apocalíptica. La tarde agonizaba sangrienta y todos los noticieros hablaban de lo mismo contando miles de muertos en el mundo por culpa de un virus. El presidente había declarado emergencia nacional.

Es la madrugada de un día nada especial y no puedo dormir. Repaso brevemente mi existencia. Hasta ahora he sido muy feliz y también he estado muchas veces triste. Disfruté triunfos y sentí fracasos. Amé y me amaron. En cualquier momento mi cuerpo quedará inerte y al despertar nada habrá cambiado. O quizás todo sea diferente. No me acordaré de este pensamiento. Solo tendré el deseo de no haberme desvelado.

El mañana siempre llega, aunque no sea necesario esperarlo con los ojos abiertos. Es en esos momentos, cuando la luz del nuevo día empieza a filtrarse por la ventana, cuando me doy cuenta de que todo lo que hoy parece incierto y perturbador se transformará en solo un recuerdo, dando paso a un nuevo día, a un nuevo comienzo. Así que hoy, por ahora, respiro. Y eso basta. Porque en el aire está la promesa de que, después de todo, siempre habrá nuevos mañanas, llenos de oportunidades para cambiar, aprender y empezar de nuevo.

Quizás los jinetes de mi infancia aún cabalgan afuera. Tal vez nunca se fueron, solo cambiaron de forma. Ahora se llaman redes sociales, noticieros, gurús de internet, notificaciones urgentes, algoritmos que deciden por mí, pastillas para dormir, miedo al futuro, estadísticas de contagio y la necesidad de tener razón. Todos montados sobre caballos que no se cansan nunca.

Esos mismos caballeros oscuros que antes me aterraban ya no son tan temibles. Siguen cabalgando, siguen pasando, pero ahora los veo como figuras que solo transitan, como pensamientos inquietantes que se alejan con el amanecer. Sus caballos ya no pisan el suelo con tanta fuerza. La oscuridad se disuelve con la luz y lo que antes era un temor ahora es solo un eco lejano.

Porque sí, los jinetes siempre estarán ahí, al borde del camino, recordándome que todo pasa, que las crisis llegan y se van, y que, aunque se presenten como sombras, son parte de la luz que viene después.

Y yo, desde esta oscuridad, los dejo pasar. Que troten lejos. Yo me quedo aquí, escuchándome. Aprendiendo a no tener miedo de mí mismo.

Más...

Alfonso Hurtado Quispe, «amigo, colega, compañero de lucha…»

Alfonso Hurtado Quispe ha muerto. Su partida deja un vacío profundo en quienes lo conocieron como...

La paradoja de estudiar arte. El mercado no los espera

Me gusta el arte, me conmueve, me atraviesa, me da sentido. Pintar, crear, imaginar, transformar…...

Pensando, nuevamente, si el voto democrático sirve de algo

Hace 4 años tuviste que escoger entre Pedro y Sofía. Pusiste a Pedro de presidente...

Otro ladrillo en el muro: religión, escuela y el derecho a pensar

«We don’t need no thought control.» Cuarenta años después de que Pink Floyd cantara esa...