Me gusta el arte, me conmueve, me atraviesa, me da sentido. Pintar, crear, imaginar, transformar… es parte de cómo existo. Pero a estas alturas, con los pies en la tierra, me pregunto si vale la pena estudiar cinco años para ser artista. ¿A dónde va esa carrera? ¿Cuál es el verdadero destino de tantos egresados de las ESFAs y facultades de arte?

Me preocupa ver cómo cada año se abren cientos de vacantes para carreras artísticas sin que haya una reflexión seria sobre su impacto real. ¿Para qué seguimos formando artistas profesionales y licenciados en arte como si el país tuviera un sistema consolidado de cultura que los pueda absorber?

La frustración de muchos egresados no viene del arte en sí, sino del choque brutal entre la vocación y la precariedad. Salen con un título, con técnica, con sensibilidad… pero sin campo laboral claro, sin estrategias de autogestión, sin orientación real sobre cómo vivir del arte o con el arte. Y entonces, aparece el discurso confrontacional: que el arte debe ser rebelde, contracultural, que debe criticar al sistema, que debe incomodar. Esta bien pues… pero incluso los artistas que incomodan también necesitan comer, tener salud, alquilar un cuarto, pagar un pasaje.

¿Y si el Estado no subvenciona tu genialidad? ¿Y si no ganas alguna beca? ¿Y si no vuelves a ganar un concurso? ¿Y si no te invitan a la bienal? ¿Y si no vendes en la feria de arte? ¿Entonces qué? ¿Culpamos al país? ¿A la ignorancia del público? ¿Al sistema capitalista? ¿O aceptamos que tal vez nos lanzaron sin paracaídas a un mercado que no existe, a un escenario para el que nadie nos preparó?

Yo no critico que existan las escuelas de arte, de hecho, creo que deben existir más que nunca, pero con otro enfoque; no como fábricas de frustraciones, sino como espacios donde se enseñe a vivir con el arte, no a sobrevivir por él. Donde se entienda que el arte es hermoso, claro que si, pero también puede ser oficio, herramienta, educación, gestión, diseño, emprendimiento; que no todos van a exponer en museos, y eso no les quita valor. Pero hay que decirlo desde el primer ciclo, no después de egresar.

Me gusta el arte, pero no quiero vivir engañado, quiero crear, pero también quiero vivir con dignidad. Y creo que muchos sentimos lo mismo, el arte tiene que ser una opción de vida real, posible, sostenible; y para eso, necesitamos más verdad en las aulas y menos discursos vacíos.

Sigo pintando y sigo creyendo; pero ya no desde la ilusión, sino desde la conciencia. Y desde ahí, la creación es aún más poderosa.

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