Alfonso Hurtado Quispe ha muerto. Su partida deja un vacío profundo en quienes lo conocieron como amigo, maestro, colega y luchador incansable por el arte y la educación en Arequipa. En medio del dolor y el recuerdo, Julián Quispe Pineda escribe estas palabras como homenaje y memoria viva de un hombre que dedicó su vida a engrandecer, a pesar de sus críticos y opositores, la Escuela de Arte Carlos Baca Flor y a sembrar sueños que hoy comienzan a florecer.

Acuarela de Alcides Catacora Pinazo

La amistad es un valor que se forja a través de la actitud positiva y la confianza mutua. Se va consolidando con el tiempo, respaldada por las buenas acciones que realizamos. Esas acciones definen cómo valoramos el bien y el mal, lo falso y lo verdadero, lo bello y lo feo. Al final, son nuestras acciones las que cuentan, y serán evaluadas por el paso del tiempo, que será el juez que determine cuánto de bien, de verdad y de belleza hemos dejado en el mundo.

Alfonso Hurtado Quispe, amigo, colega, compañero de lucha, soñó siempre con ver nuestra escuela de arte alcanzando un nivel superior, hasta convertirse en una universidad de arte. Esos sueños, que compartimos con tanto fervor, se hicieron realidad gracias al esfuerzo, trabajo constante y sacrificio. Así soñábamos cuando éramos estudiantes en los años 80, respaldados por toda la institución y por la ciudad de Arequipa. En aquellos días, incluso tomamos decisiones drásticas, como retener a un funcionario de Lima, para que nuestras peticiones fueran escuchadas. Gracias, Don Gabino Arenas, por tus sabias lecciones de liderazgo y confianza, que nos enseñaste a pesar de tu oficio como albañil. Y gracias a ti, Alfonso, por tu valentía al atrincherarte en el centro estudiantil, donde escribías en el pizarrón las demandas de nuestra escuela.

Dejaste el mandil blanco de la práctica artística para dar forma a la arcilla y, con ello, contribuiste a engrandecer nuestra escuela. Un fruto tangible de tu lucha fue el Decreto Supremo 037 de 1986, que elevó a nivel superior a las escuelas de arte, otorgando el título de artista profesional y de profesor de educación artística. Gracias a esos títulos, las nuevas generaciones de artistas se forman ahora en nuestras escuelas, trabajando en niveles primarios, secundarios y superiores a nivel nacional.

La vida nos volvió a reunir, esta vez como colegas en la misma escuela que recordamos con tanto cariño. Qué alegría la mía de trabajar nuevamente a tu lado, de retomar aquellos proyectos que soñábamos en nuestra juventud, siempre con el objetivo de mejorar la escuela. Junto a otros profesores y estudiantes, nos amanecimos preparando documentos y proyectos que sustentaban el derecho y la necesidad de que nuestra escuela tuviera un nivel universitario, para otorgar el grado de bachiller y el título de licenciado. Fue un trabajo arduo, que requirió sacrificios económicos y mucho esfuerzo de algunos profesores, además de las valiosas donaciones de obras de arte de colegas y amigos, y, especialmente, la participación activa de los estudiantes, liderados por el dirigente Jorge Paco Monteagudo. Gracias a tu liderazgo, logramos la Ley 29853, que permitió la creación de nuevas carreras y especialidades profesionales.

Lo hiciste todo por el bien de la escuela, para que Arequipa pudiera formar a sus gestores culturales y contribuir a la identidad cultural del país. Esto es un logro grande, sin duda, pero qué triste que algunos no comprendan o no valoren el papel social y humanizante del arte, ese acto liberador que combate la ignorancia. Los funcionarios de nuestro sector, lamentablemente, carecen de la sensibilidad artística y social necesaria. Para reflexionar sobre ello, me apoyo en la sabiduría popular:

“El camino se hace al caminar.”

“La carga se arregla en el camino.”

“Los pueblos se levantan del suelo desnudo.”

“La hoja vacía se llena con nuestras huellas.”

Que la muerte de Alfonso Hurtado Quispe sea un motivo para unirnos, para canalizar energías positivas, esperanza y un futuro brillante para las generaciones venideras. Que nuestra escuela siga caminando hacia la calidad formativa y que pronto se convierta en una universidad de arte.

Tus sueños, querido Alfonso, serán continuados por las futuras generaciones. Que nuestra madre tierra te abrace, que los achachilas te inviten a sentarte en el sillón de la vida, y desde allí, relatarás tus hazañas. Escucharás el sonido de las zampoñas de tu tierra, Cairani, y recordarás a tus amigos sikuris, a quienes tocarás en un acto de alegría, mientras tu papá te abraza en su idioma aymara.

Amigo, descansa. Ya has hecho más que suficiente. Descansa en paz, porque tus hijos llevarán las lecciones de tu vida y brillarán con luz propia. Tus amigos, como Francisco Mendoza, tu compañero de aula, o José Luis Cayo, tu pupilo, y tantos otros, te recordarán con cariño y nostalgia. Los estudiantes a quienes tocaste con tus sabias palabras de maestro también te llevarán en el corazón.

Alfonso, tu vida fue ejemplar. Tu muerte nos entristece, pero tu pasión nos energiza. Siempre estarás presente.

Cuando un maestro muere, ¡Nunca muere!

Por siempre, Alfonso Hurtado Quispe.»

Julian Quispe Pineda

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