Hoy eligieron a un nuevo Papa en Roma. Otra vez, la plaza de San Pedro se llenó de cámaras, aplausos, lágrimas y un entusiasmo casi hipnótico que algunos llamarían fe y otros, espectáculo. El humo blanco emergió como símbolo de elección, pero también como humo que nubla, que esconde, que distrae.
Se conmueven millones de católicos en el mundo como si un nuevo mesías hubiese llegado a poner orden. Pero no es un mesías, es un jefe de Estado, el último monarca absoluto de Europa; elegido por un cónclave de hombres ancianos, célibes por mandato, poderosos por estructura y muchas veces ajenos a la vida real que su feligresía sufre y resiste.
Mientras en Roma celebran, aquí en el Perú, muchos de esos mismos fieles no tienen agua potable, salud pública ni escuelas dignas. En la sierra sur, donde aún se habla quechua como un susurro ancestral de dignidad, los niños caminan horas para ir a clases, mientras las diócesis administran colegios privados con mensualidades de élite. Las iglesias y edificios religiosos almacenan inertes imágenes de santos, mientras niños sin hogar mueren de frío en las calles. Y en tanto, el Vaticano acumula oro, tierras, secretos.
Sí, también están los secretos. Y no tan secretos. Los abusos sexuales cometidos por sacerdotes contra niños y adolescentes en todo el mundo, incluyendo el Perú, donde varios casos han sido denunciados y silenciados. ¿Cuántos sacerdotes han sido juzgados por tribunales civiles en nuestro país? La impunidad es más frecuente que la penitencia.
Y luego está el otro gran pecado, el de la riqueza. La Iglesia Católica en el Perú posee terrenos, universidades, empresas editoriales, hospitales. No paga impuestos como cualquier empresa o ciudadano. Se le subsidia en nombre de una concordia que se firmó en otro siglo. Mientras tanto, tú, si eres emprendedor, estas obligado a impuestos por todo, licencias, multas, intereses.
Volvamos al humo blanco. ¿qué significa hoy un Papa para los católicos peruanos que viven en pobreza, violencia o discriminación? ¿Qué puede decirles alguien desde Roma sobre justicia, cuando la propia institución que representa no ha reparado a sus víctimas, ni ha transparentado su contabilidad, ni ha reconocido su rol en la perpetuación del machismo clerical?.
No se trata de negar la espiritualidad de quienes aún encuentran en la fe una forma de resistir. Tampoco de ignorar a sacerdotes y religiosas que realmente trabajan por los pobres y marginados; ellos existen y son las excepciones, no la regla. La Iglesia institucional sigue siendo jerárquica, patriarcal y blindada; su estructura protege más a sus símbolos que a las personas.
Tal vez, más que una fumata blanca, necesitamos una niebla que se disipe. Que permita ver con claridad que la fe no puede ser excusa para el privilegio, ni el perdón un sustituto de la justicia. Que los templos no deben servir de refugio para abusadores, ni los altares para lavar culpas institucionales.